domingo, 31 de mayo de 2009

El Niño con el Pijama de rayas




He vuelto a visitar aquel lugar en el que después de tantos años, recien caido el Muro, todavía ponían flores encima de cada cuadro, junto a cada nombre y cajas transparentes con montañas de zapatos y otras con distintos objetos. Recuerdo que aquello me impresionó y tantas cosas de aquel lugar... Hoy lo he vuelto a visitar de mano de Bruno y Shmuel. ¡Impresionante el libro!.. Donde su hermana era "la tonta de remate" Al despacho de su padre Estaba "Prohibido entrar bajo ningún concepto y sin excepción" "Un día su madre se atribuyó el mérito de algo que no había hecho" Otro "El punto que se convirtió en una manchita que se convirtió en un borrón que se convirtió en una figura que se convirtió en un niño" y éste en su mejor amigo para toda la vida... Y ellos se sentaban uno frente al otro de la alambrada, en el suelo, con las piernas cruzadas. Bruno, le pasaba algo de comida, pan, queso... y charlaban. Y a Bruno se le fueron olvidando los nombres de sus "tres mejores amigos para toda la vida" hasta el último gran juego de exploradores, donde no soltó la mano de Shmuel.

sábado, 30 de mayo de 2009

sábado, 23 de mayo de 2009

jueves, 21 de mayo de 2009

El Hombre del Baobab

Escrito por: David Cantero

Frases del libro:

- Me gusta entretener la voz en los palacios de la aurora. Contenerla lejos de las cavernas del sol y de la luz. Acallarla al describir la penumbra o ennoblecerla al evocar el esplendor de las estrellas más calladas. Recrearla en la única cara que la Luna nos enseña. Alzarla al detallar la seda de su rostro cuando aún era mi rostro, el reverso de sus manos cuando aún eran las mías, o el tacto divino de su boca la única ocupación entonces de mis labios...
- Descubres que tu padre también se ha hecho viejo, muy viejo, y eres absolutamente consciente de su desamparo, del tuyo... No eran eternos, también ellos estaban a merced del tiempo, ese ser perezoso, insomne e impaciente, ese asesino. Su transcurrir, que fortalece castaños, membrillos o cerezos, consume hombres y mujeres, que apenas tuvieron tiempo de ser niños.. Deberíamos pasar la infancia como alisos mecidos por el viento, vivir la larga adolescencia de los pinos. Tener la carne de almendra y la voluntad de caoba. La piel del álamo o el olivo. Ser ciruelo. Naranjo o limonero con el alma inmensa de un baobab.
- Su herencia genética era poderosa. Descubrir que podía reaccionar o comportarme igual que él me llenaba de ira...me veía reflejado en sus peores defectos. En todas esas actitudes que yo detestaba y que difícilmente podía evitar. Era contra mí mismo contra quien me revelaba al mirarme en ese extraño espejo.
- La herrumbre del remordimiento nos va dejando opaca el alma.
- Habría que calzar los zapatos de cada persona para llegar a entender las verdaderas razones de sus actos, y eso es imposible.
- La poderosa marea de Luis, como un tsunami, había arrasado las ciertas costas de su fantasía.
- ...pero nunca podía compararse aquel extraño amor con el que le inspiraba Luis, tan inmenso. En medio de aquel tremendo lío, descubrió que él era esa parte de ella que siempre echaba en falta.
- Lo cierto es que vivía profundamente atormentado, aunque fuera en silencio. Sin decir apenas nada, sin excesivas lamentaciones, sin aspavientos, sin derrochar demasiado tiempo en penas ni alborozos. También podía pasar de un extremo a otro cuando menos lo esperabas. Podía regocijarse en algo insignificante, gozar como nadie de ello y, un instante después, caer de nuevo sumido en su recóndita tristeza en su impenetrable amargura.
- A pesar de ello, aunque pudiera parecer imposible, poseía un don para hacer felices a las pocas personas que amaba de verdad. Luis casi siempre enajenado, absorto en su inmutable soñar, amparado en su burbuja, casi indefenso afuera, perdido en el laberinto de un mundo para él incomprensible. Si lograbas entrar en su pompa protectora, si conseguías que lo permitiera, podías descubrir cuantos prodigios guardaba Luis allá adentro.
- Los dos sentimos el sordo rumor de dos corazones condenados a encontrarse. Durante un larguísimo minuto, nuestras miradas, desbocadas. Perennes, conversaron ajenas a nosotros.
- Recordé un poema de Béquer que, de niño, papá me recitaba apasionado:
“Hoy la he visto... la he visto y me ha mirado, ¡hoy creo en Dios!”
- En aquel instante volví a creer en la vida, en el absoluto poder del universo, en Dios al fin y al cabo. La simple posibilidad de amar a Nadia me había salvado. De nuevo quería vivir. Al menos hasta haberla amado una vez.

- Dentro de él creo haberme aproximado con cierto éxito a la verdadera felicidad. Al menos sucede en ocasiones. A esa felicidad que desconocemos, la que no depende de nada ni de nadie. La que nos colma sin más colmándose en sí misma. La que siempre buscamos en vano, pues ella jamás frecuenta los lugares que solemos frecuentar, esas situaciones, ese tipo de gente. Una felicidad en la que apenas cabe la desgracia, pues nada, excepto tu propio dolor puede hacerte desgraciado. Eso ya me importa poco, tengo mis propios remedios para aliviar muchas dolencias. Lo que siempre me angustió, lo que siempre temí más que el dolor, era a la desdicha que traen las pérdida, las ausencias. Pero ya lo perdí todo. Siempre tuve más miedo a la muerte de los otros que a la mía.
-Llegué a sentir algo muy cercano a la felicidad. Había encontrado mi lugar...
- Desde que he vuelto a pensarte, a pensar en tu mundo que fue el mío... se me escapa la poca cordura...
- ...¿Y si de improviso descubriera que toda tu vida ha estado equivocada por una razón u otra?...¿Y si supieras que esos errores no servirán de nada?... Que no te harán aprender ni una sola de las tediosas e inútiles lecciones que precisamos para vivir.
- Vives en un mundo completamente ininteligible para mí...
- Allí pasé las horas mirando a través de la opaca falsedad de hombres, sobreviviendo a duras penas en un loco baile de máscaras...Intentando vencer a los días, ganar tiempo, pero el tiempo es como el aire, te das cuenta de que existe sólo cuando falta, y así lo vas desperdiciando...
- La vida es un continuo suceder en que realmente no sucede nada, en el que nada tiene importancia...
- ...no sabía cómo dejar de desperdiciarla... y fui a descubrir que la nada lo es todo...
- ...Sé que ya no soy el mismo pero sigo sin saber quién soy...
- ...como se espera que todo florezca tras el largo letargo del invierno.

martes, 12 de mayo de 2009

El Poder de las Palabras

Hasta tal punto se funde el lenguaje con el propio tejido de nuestra vida, que resulta muy fácil no percatarnos de su auténtico poder...
Hoy sabemos que la energía encerrada en unos átomos de uranio puede destruir una ciudad entera. También las palabras son átomos de significados; pequeños ladrillos con los que construimos el edificio de la realidad. Algo muy parecido pensaba Sigmound Freud, que al principio de su libro "Introducción al psicoanálisis" coloca esta reflexión en torno a la importancia de la comunicación verbal:

"Las palabras, primitivamente, formaban parte de la magia y conservan todavía en la actualidad algo de su antiguo poder. Por medio de palabras puede un hombre hacer feliz a un semejante o llevarle a la desesperación; por medio de palabras (...) arrastra tras de sí el orador a sus oyentes y determina sus juicios. Las palabras provocan afectos emotivos y constituyen el medio general de la influencia recíproca de los hombres"


Ángel Zapata, en "La práctica del relato".

lunes, 11 de mayo de 2009

http://www.escribiresvivir.com/
30 de Abril, 2007
Morir para nacer
La jeringuilla inoculaba distintas sustancias en diferentes partes de mi brazo. De vez en cuando abría un poco los ojos. Con recelo y miedo observaba como la aguja que manejaba aquel hombre de blanco penetraba en mi piel. Cuando era muy pequeño tenía miedo a las jeringuillas. Y ahora que soy más mayor, les tengo pánico.
Ochos pinchazos en total. Al parecer así son las pruebas de la alergia. Introducen en tu cuerpo pequeñas sustancias que provocan o no irritación en la piel. De esa forma terminan sabiendo a qué eres alérgico. Algo así me explicó el enfermero mientras pinchaba, con libre albedrío, por cada una de las partes de mi brazo.
Cuando terminó, el enfermero me pidió que esperara en la sala de espera hasta que me volvieran a llamar. Comencé a notar como tres de los ocho puntos que habían dejado los respectivos pinchazos se hinchaban adoptando un color rojizo. Por un momento pensé que estaba a punto de sufrir una transformación genética y convertirme en un ser fantástico con súper poderes. Pero pronto descarté esa opción y deseé llorar, gritar, correr y pedir ayuda, que era lo que el cuerpo me pedía. Pero a veces la vergüenza se proclama sobre cualquier sentimiento o emoción. Por muy sincero o intenso que sea.
Al rato, salió un médico con las típicas zapatillas blancas de andar por casa. Nada más ver mi brazo agregó:
- Pues sí. Tienes alergia. Pasa adentro.
Entré y comenzó a observar los puntos hinchados de mi brazo. Miró una tabla que enumeraba las diferentes sustancias que acaba de inyectar el enfermero en mi cuerpo. Al instante, terminó diciendo que las pruebas alérgicas habían dado positivas en el polen y la gramínea.
- Y ¿a las chicas no soy alérgico? - le pregunté con mucho interés - Porque cuando se me acercan se me pone la cara roja como un tomate. Exactamente, como tengo ahora mismo el brazo.
El médico soltó una leve carcajada seguida de una tímida sonrisa. Pensó que mi pregunta había sido un mero acto gracioso, o como lo llaman algunos: un chiste. Lástima que no se diera cuenta de que tenía mucha lógica y que en absoluto quise hacerle reír. Para mi era algo muy importante que, noche tras noche, me quitaba el sueño. Pero esos médicos de pacotilla no tienen ni idea. Se ríen por todo, como si los pacientes fuéramos unos insulsos sin sentido que preguntamos chorradas. ¿Verdad que era una pregunta muy normal?-
Debes tomarte todas las mañanas dos pastillas que te librarán de la alergia durante el día - dijo el médico - Te daré una receta para que puedas comprar el medicamento en la farmacia.
El médico escribió un par de frases en la receta y le puso un sello. Observé el papel que me entregó donde sólo veía dos líneas que formaban pequeños bucles. Lo más parecido a aquello era un garabato de un niño de dos años. O lo que es lo mismo: una obra de arte abstracta del siglo XXI.
- Ahora debes ir a la ventanilla principal y pedir cita para la revisión del año que viene, ¿de acuerdo?
Afirmé con la cabeza y me despedí de él. Por los pasillos del hospital me crucé con pacientes de todo tipo: Anoréxicos, bulímicos, parapléjicos, quemados, en sillas de ruedas… y una infinidad de enfermedades que desconozco por completo. Pero ante todo, me crucé con miradas. Miradas frustradas, aburridas, cansadas, tristes, perdidas, olvidadas… Hay demasiadas miradas en los hospitales.
En la recepción me paré en una máquina de golosinas. Introduje una moneda por la rendija. La chocolatina no cayó por la repisa transparente tal y como tendría que haber hecho. Le di un par de suaves golpecitos pero no respondió.
- Joder, no funciona. Dije en voz alta dando golpes más fuertes a la máquina.
- ¿Desde cuándo han funcionado este tipo de máquinas? Porque a mí nunca me ha funcionado ninguna.
Dijo una voz detrás mía. Me di la vuelta y contemplé a un chico en silla de ruedas. Le faltaba la pierna derecha y en su cabeza no tenía ni un solo pelo. Vestía con un pijama del hospital y unas zapatillas blancas, como las de los médicos.
- Supongo que tienes razón – agregué - Me llamo Dani. Dije mientras le tendía la mano.
- Yo Fran –dijo cogiendo mi mano – perdona que no me levante.
Se río. Pero yo no pude reír.
- Sé un sitio donde tienen unas chocolatinas excelentes y además gratis, ¿te vienes?
- Sí, claro. Le dije casi sin querer.
Le seguí por el largo pasillo del hospital hasta que llegamos al final.
- ¿Ves esa puerta? - dijo señalándome con el dedo una puerta a la derecha- pues ahí dentro guardan todas las chocolatinas de la máquina. Cuando se acaban, vienen aquí a por más y la rellenan. Pero nunca se acaban, porque siempre ha estado rota. Dijo con una característica sonrisa.
La puerta estaba abierta. Ni siquiera tenía cerradura. Dentro, tal y como dijo Fran, había decenas de cajas de chocolatinas, patatas fritas, caramelos y demás golosinas. El principal problema, era que estaban situadas en unas estanterías muy altas, a las que Fran sólo no hubiera podido llegar. Pero yo sí.
Nos llenamos los bolsillos de pequeños placeres comestibles y sin que nos viera nadie nos fuimos.
Por el camino de vuelta no dejábamos de reír. Mientras como verdaderos cerdos nos metíamos chocolatina tras chocolatina en la boca.
- ¿Sabes qué es lo peor de todo? – dijo Fran – cuando tienes el mapa de un tesoro pero tu cuerpo no puede desenterrarlo.
Poco a poco fui sabiendo más cosas de Fran. Como que jamás había salido de los alrededores del hospital ya que había nacido allí.
- Aquí soy de los más veteranos, a pesar de tener sólo 17 años - decía -.
Él siempre hacía bromas. Se reía de sí mismo. Yo era incapaz.
- Esta pierna que ves, la perdí en la guerra - decía partiéndose de risa - Y tengo la cabeza rapada porque soy judío y estuve muchos años en un campo de concentración nazi. Soy un autentico héroe en mi país.
No dejaba de reírse. Yo por el contrario tenía ganas de llorar.
El tiempo se pasó volando. No me di cuenta de que habían pasado más de tres horas y no había pedido la cita para el año que viene.
- Tengo que irme. Es un poco tarde y aún tengo que pedir una cita médica.
- ¿Estás enfermo?
- No, son para las pruebas de la alergia.
-Uuf, la alergia, menos mal que yo no tengo. - dijo aliviado, como si se sintiera feliz de no padecer una simple alergia primaveral y le diera igual estar enfermo desde pequeño - Yo también tengo que irme. Tienen que hacerme unas fotos. Añadió.
-¿Unas fotos? Le pregunté.
- Sí. ¿No ves que soy un héroe de guerra? Cada semana me hacen fotos en la sala de rayos. Me sacan muy guapo.
Reía y no dejaba de reir. Qué envidia. ¿Por qué era tan feliz? Nada le importaba. Disfrutaba con cada una de las palabras que salía por su boca. Su triste situación eran simples bromas para él. Supongo que algunos aman el fútbol, otros las drogas, el sexo… y Fran, a pesar de todo, amaba vivir.
Me dio tanta pena despedirme de él que le pregunté si podía venir a verle mañana.
- Tengo la agenda muy apretada, pero bueno, seguro que saco un hueco. Mañana no tengo sesión fotográfica. Respondió.
Fue la primera vez que reímos los dos juntos. Quedamos a las 12 en la máquina de golosinas. Y nos despedimos.
Al día siguiente, llegué puntual. Mientras esperaba observé como un hombre estuvo a punto de caer en la misma trampa en la que caí yo el día anterior.
- Está rota. Agregué antes de que introdujera una moneda por la rendija de la máquina de golosinas.
Al minuto llegó Fran.
- ¿Has visto mi buga nuevo? - dijo enseñándome su nueva silla de ruedas- Corre más que el de Fernando Alonso. Es una maravilla. Mira qué ruedas, y qué suspensión.
Yo no entendía nada. Apenas le veía diferencia a la silla del día anterior. Las ruedas eran un poco más anchas y la montura de otro color. Pero él se sentía un privilegiado, un autentico afortunado por tener una silla de ruedas nueva.
- Está genial. Ya me darás una vuelta. Dije.
- ¿Desde cuando los fórmula uno tienen asientos para dos? ¿No ves que sólo puedo pilotarla yo?
Era tan feliz.
Aquel día también fuimos en busca del tesoro y nos llevamos unas cuantas chocolatinas más.
- En la segunda planta, en la de quemados, hay una enfermera que está buenísima. No la veo mucho, porque no baja mucho por la planta infantil. Es la chica de mi vida.
- ¿Y por qué no subes tú? Le pregunté.
- A los enfermos, no nos dejan subir solos en el ascensor.
- ¿Y si te acompaño?
- Si me acompañas tú, sí. Dijo con una sonrisa que dejaba ver su reluciente mandíbula.
Estuvimos buscando un rato por los pasillos de la segunda planta pero no la veíamos.
- A lo mejor hoy tiene el día libre. Dijo él.
Dimos un par de vueltas más, y cuando menos lo esperábamos, nos cruzamos con ella.
- Hola, Fran. Saludó una rubia guapísima de ojos verdes.
- Hhooo… hola. Dijo Fran, casi ensimismado.
Cuando cruzó se dio la vuelta para mirarle el culo.
- No me habías dicho que la conocías. Le dije yo.
- Es enfermera en la quimio.
No sabía que era la quimio. Días después supe que era el diminutivo de quimioterapia: Método curativo de enfermedades como el cáncer, por medio de productos químicos. Había tantas cosas que no sabía de Fran.
- Algún día me casaré con ella. Tendremos una hipoteca, un coche y un perro. Ella será mi enfermera y me cuidará en casa.
Fran quería ser normal. No quería ser famoso, ni un hombre de éxito ni tan siquiera un millonario. Él sólo quería ser normal. Pero no podía. Y se adaptaba a su vida con humor y alegría. Dicen que los genios son aquéllos que escriben grandes obras literarias, pintan estupendos cuadros o saben trasmitir a través de la música. Yo creo que los genios son aquéllos que saben adaptarse a la vida que les ha tocado vivir y son felices con lo que son y lo que tienen.
A las 2:00 de la tarde le acompañe a su habitación. Dormía solo en un pequeño cuarto con televisión y una cama.
- Este es mi palacio –dijo nada más entrar- Tengo mucha suerte de dormir solo. Además la televisión no va con monedas, como la máquina de golosinas. Fue un regalo de mi hermano.
Fran tenía familia, pero apenas iban a verle. Sus padres trabajaban todo el día y su hermano estaba en Estados Unidos haciendo un máster en administración de empresas. De vez en cuando le traían regalos. Una televisión nueva o una videoconsola. Cosas tan efímeras que se podían comprar con dinero. Pero jamás le regalaban tiempo, amor, paciencia o ayuda. Pero aun así, Fran siempre sabía sacar el lado positivo de todo.
Me explicó que allí le daban clases. Le enseñaban historia, matemáticas, literatura, química y todas las demás asignaturas. Tenía un profesor particular que venía todos los días a verle.
- ¿A qué tú no tienes tele en tu cuarto? Me preguntó.
- No, más quisiera tener una. Mentí, porque yo odio la televisión.
- Que vengan a darte clase está muy bien. No me tengo que levantar ni de la cama - dijo - lo peor de todo es que no puedo sacar chuletas, porque siempre me pilla el profesor.Reímos los dos a coro.
Entró una enfermera en la habitación. Levantó a Fran de la silla de ruedas y le sentó sobre la cama. Le puso una bandeja de comida en una pequeña mesita montable. La enfermera se marchó.
- Otra vez pescado. Aquí a los cocineros les debe gustar mucho el mar, porque bien que les gusta el pescado. No ponen otra cosa.
Me senté en una silla al lado de la cama. Fran encendió la televisión. En la pantalla se proyectó un anuncio de Burger King donde salía una sabrosa y apetecible hamburguesa.
- ¿Has ido alguna vez? Me preguntó.
- ¿Adónde?
- Al Burger King.
Para Fran ir al Burger King, era como para mi viajar a África. Jamás había comido una patata frita con ketchup ni una hamburguesa de pollo con lechuga.
- Sí, claro.
- Lo que desearía por una hamburguesa, ¿Están tan ricas como en los anuncios?
- Bueno, no te pierdes gran cosa… Dije mientras observaba como sus ojos se clavaban en las imágenes del televisor con gran deseo.
Cuando terminó de comer nos despedimos. Le dije que mañana después de las clases iría a verle. Él sonrió feliz como solía hacer siempre.
Cuando salí del instituto compré la hamburguesa y las patatas fritas más grandes de todo el Burger King.
- ¿Para tomar o llevar? Me preguntó la dependienta.
- Para llevar. Contesté.
Me sentía feliz con la bolsa de comida en mi mano. Como si fuera a descubrirle a Fran, un verdadero tesoro. Tal y como él hizo conmigo el primer día con el cuarto de golosinas.
De la bolsa se desprendía un cálido aroma a carne y a ketchup. Se me hacía agua la boca sólo de imaginar lo mucho que Fran disfrutaría con aquel manjar tan poco saludable.
Llegué al hospital y subí a su habitación donde había quedado con él. Pero allí no estaba. La cama estaba perfectamente hecha. Salí al pasillo para ver si le veía. Volví a entrar y salió de repente una enfermera del baño.
- ¿Querías algo? Me preguntó la mujer.
- Sí… estaba buscando a Fran, había quedado con él. Le tengo que dar una cosa.La enfermera, con cara seria y triste, me miró. Como si quisiera decirme algo, pero no pudiera.
- Fran no está.
- ¿Y dónde está? Pregunté preocupado.
- Aquí ya no, ahora no sé muy bien donde estará.
No entendía la intriga de la enfermera. O al menos no quería entenderla.
- ¿Tu eres Dani, verdad? Preguntó de repente.
- Sí…
- Fran dejó anoche una nota para ti. Esta ahí. Dijo señalando la mesilla de noche.
Sobre la mesilla, había un papel escrito con una letra pequeña y borrosa.
El médico decía que tenía los días contados. Pero yo no me fío mucho de los médicos ¿Quién se va a fiar de un hombre en pijama y con zapatillas de andar por casa? Por si acaso, dejo mi herencia hecha, a ver si luego va a llevar razón y se lo va a quedar todo hacienda y el estado.
En primer lugar te dejó mi televisión, para que la pongas en tu cuarto. Te recomiendo que pongas el canal 7 a las 00.00 de la noche, hay un montón de tías como la enfermera. También te doy la silla de ruedas nueva, pero ten cuidado de no arañármela. Ya sabes que es un bólido de coleccionista. Como comprenderás, a la enfermera rubia no te la dejo, porque ella es un ángel y los ángeles tienes que estar en el cielo, conmigo.
Siento no haberte avisado antes de mi cáncer, pero estaba tan extendido que los médicos calcularon el máximo de días que me quedaba de vida. Pero soy un héroe de guerra, y los héroes de guerra no protestan, sino que sacan pecho ante las adversidades.
Espero que disfrutes tanto de mis tesoros como lo he hecho yo.
PD: Echate novia, Dani. Que te veo muy solo.
Un abrazo, Fran.
Cuando me di la vuelta la enfermera ya se había ido. La bolsa de comida se me cayó al suelo y apenas me molesté en recogerla.
Me senté en la silla de ruedas que estaba al lado de la cama. Pensativo comprendí, que el mejor tesoro que me había dejado Fran aún estaba por llegar. A veces una persona muere para que otra vuelva a nacer. Me levanté de la silla y me marché de aquel hospital para siempre. Porque yo si tenía dos piernas con las que andar. Porque yo aún tenía una vida por la que vivir. En mi rastro, sólo dejé una suave estela de palabras…
“Fran, estés donde estés, solo te deseo dos cosas: que te comas una hamburguesa del Burger King y te cases con la enfermera rubia de ojos verdes”

Daniel de Vicente

domingo, 10 de mayo de 2009

Recordando una lección

05 Feb 2009

Escribir...
por David Cantero el 05 Feb 2009 URL Permanente

Escribir es recordar, volver a recordar, seguir recordando. Olvidar invocando verdades y mentiras, repartiéndolas sobre el blanco tapete de la página. Acordarse de todo lo olvidado, de todo lo evocado, de lo que sucedió o nunca llegó a suceder. De lo que jamás sucederá. Representar en el escenario de la memoria aquello que un día concebimos como “real”. También todo cuanto seamos capaces de inventar, sucesivamente, alternativamente, y mezclarlo todo con cierta e intuitiva clarividencia. Recrear la vida desde una distancia anímica y temporal gigantesca. Infinita a veces. Rebuscar en la prehistoria de la infancia, en las fugaces y turbias sombras de la adolescencia, en la hermética razón o sinrazón de la madurez, si es que esta existe. Presagiar e indagar en la lúcida y excéntrica apatía de la senectud. Adivinar como será el impío vértigo del tránsito a la muerte. El dolor de nacer. Dar importancia al pasado a pesar de cuan poco importa. Echar una mirada sobre nosotros mismos y sobre los que, mucho, poco o nada, conocimos. Narrar apostando el alma en la atmósfera precisa, siempre avizora. Justo en el lugar exacto, en el fondo del corazón que precisamos descerrajar. Extraer la esencia de las cosas y los seres, sean perros, hombres, mujeres o niños. Declamar en silencio y escribir a voz en grito o en susurros, en masculino o en femenino, siendo conscientes de que esas voces sólo sonarán en su pensamiento, lector. ¡He ahí el prodigio!...
------------------------------------------------------------------
Marcarlo a fuego en mi memoria...





jueves, 7 de mayo de 2009

Pepillo y la marioneta equilibrista

Era se una vez un circo, donde vivía nuestro protagonista, Pepillo. Él era muy feliz subido a su alambre y en el circo había encontrado su autentica familia que lo aceptaba como era, sin exigirle más que lo que se exigía él a sí mismo todos los días.
Viajaban de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, capitales de provincias, estaban en cada feria aquí y allá. Pepillo desde su alambre lo veía todo con ilusión. Había aceptado su vida tal como se la habían dado, le había costado mucho tiempo comprender que esa era su vida y también la perdida de su compañero de alambre, ahora se conducía solo en él. No admitía que nadie le sustituyera. No podía bajarse del alambre, había nacido en él, lo sentía cosido a sus pies, siempre moviéndose hacia adelante, hacia atrás, a la derecha a la izquierda, manteniendo el equilibrio y se sentía muy solo a veces, casi siempre, casi todos los días y sobre todo desde que su compañero le faltó, que era su gran apoyo y consuelo, con él se había divertido y vivido innumerables aventuras por todo el mundo. El alambre, era su jandicad y su orgullo a la vez, porque también se sentía más fuerte a su vez. Comía, dormía vivía en el alambre. Pepillo comprendía los sacrificios que hacían por él, y los esfuerzos al saludarle y sonreírle, pero sentía que nadie podía sustituirlo.
Un día llegaron a un pueblo muy bonito y él se preparó, hizo sus ejercicios, ensayó y estaba contento y nervioso al mismo tiempo y realizó por fin su trabajo, pero ese publico era exigente y le pedía más y él arriesgó más y más y quitó la red y se subió a una silla sobre el alambre y luego sobre la silla con dos patas sobre el alambre y la gente por fin arrancó en aplausos cortándoseles la respiración y él fue de nuevo feliz ese instante, porque ese era su medio de vida, su casa y hogar y lo que ellos veían extraordinario, para él era a la vez costoso y sacrificado, pero en definitiva un sueño, su sueño y por él daría la vida.
Intentaba tener una rutina diaria, algo que le mitigara la soledad y el dolor y el vértigo a la altura, el desequilibrio constante, el vaivén de su cuerpo no acostumbrándose nunca a estar siempre en el alambre.
Se iba haciendo mayor y cada vez le dolía más su cuerpo y su alma, sobretodo le pesaba, la soledad del alambre. Dejó que alguien subiera con él, Pero no fue como esperaba. Un día oyó hablar de un equilibrista en el norte, que hacía prodigios y que se arriesgaba como ninguno y que además declamaba y escribía. Pepillo de repente se sintió el ser más insignificante sobre la tierra.
Todo le salía mal, sentía un ahogo en el pecho y ganas de llorar, porque sintió que él había estado ahí esperándole, pero que no era para él, que lo había perdido para siempre, si es que algún día lo tubo. Y lloró por su equilibrista poeta. Y desde entonces escribe, escribe y escribe y cuenta cuentos desde su alambre, con la marioneta equilibrista, su compañera y amiga imaginando lo que hubiera sido estar con él.

Xela

lunes, 4 de mayo de 2009

La Familia "R" en el Circo

Era se una vez nuestra familia “R” que ya os la presenté en un cuento anterior. Esta vez se iban al circo.
Allí conocían a los mundialmente famosos equilibristas Pepillo y Nico, que recorrían con el circo pueblos y ciudades. Estos hacían un numero muy difícil que consistía en contar cuentos con un teatro de guiñol arriba en el alambre. Nuestra familia “R” los habían conocido en uno de sus numerosos viajes, pues les gustaba mucho viajar. Habían recorrido Francia, los Países bajos, Italia y Praga y se habían encontrado ya varias veces con su espectáculo, solo les faltaba formar parte de él y subirse también al alambre y salir de detrás del guiñol junto a su marioneta Pipo, que se lo había ofrecido varias veces Nico y Pepillo, pero sus padres no estaban del todo seguros de que esa fuera una buena vida para sus hijos, aunque la propuesta era para la familia entera, puesto que por medio de las letras podían hacer más pedagógicos y divertidos a su vez los cuentos... figúrense unas letras trapecistas y funambulistas, ¡¡sería la bomba!!
Este último encuentro estaban de espectadores cuando de repente uno de los trapecios va justo sobre la cabeza de “a1” con pepillo suspendido por los pies de la tabla del trapecio, cuando hace ¡Alejop! Y coge a nuestra amiga por los brazos y la suspende en el aire, ¡madre mía! que impresión la del publico, y arrancan en aplausos, suben el trapecio ya sentados sobre este y con una reverencia saluda la letra al publico. La madre se pegó un susto, pero se olió que estaba preparado y ensayado, aunque no se explica cuando, pero no pudo dejar de reír y aplaudir y rendirse a la evidencia, su hija había decido ser trapecista. La familia para no separarse de su hija se unió al circo y en él fueron muy felices junto a Pepillo y Nico que eran inseparables, todos unos profesionales. Y así viajaron y contaron muchos cuentos, pero no solo cuentos, puesto que la fama de Nico le precedía de muchos años atrás de su andadura en otros circos como trapecista en solitario contando diversas historias de todo tipo que emocionaban y te hacían llorar.

Xela