miércoles, 14 de marzo de 2007

El Aprendiz de Brujo

Erase una vez, una madre que tenía un hijo que se llamaba Periquín, niño muy aplicado al estudio. Y un día le dijo su madre:

-Hijo mío, deseo que estudies una carrera para que seas un hombre útil. ¿Qué carrera quieres estudiar?

-La magia negra.

Entonces la madre preguntó a un maestro de magia si quería enseñar a su hijo.

-Sí -contestó el maestro-, pero con una condición.

-¿Cuál es?

-Que al cabo de un año tiene que venir a ver a su hijo, y si no lo reconoce, me quedo con él para siempre.

-Conforme.

Cuando se iba acercando la fecha convenida, Periquín se convirtió en un palomo, salió de casa del maestro sin que nadie lo viera, y fue a decirle a su madre:

-Ya está próximo el día en que usted tiene que ir a reconocerme. Ese día el maestro nos va a transformar a todos los estudiantes en palomos.

Después echará maíz en el suelo para que lo comamos; pero yo, en vez de comer, me entretendré en saltar por encima de mis compañeros. Y cuando el maestro le pregunte a usted que si me reconoce, diga que sí, que soy el que está dando saltos.

Fue la madre a casa del maestro y éste le llevó adonde estaban los palomos y le dijo:

-Uno de estos palomos es el hijo de usted, ¿Lo reconoce?

-Sí, es aquel que tanto salta. Y digo que es aquél, porque cuando era rapaz todo su afán era saltar por encima de sus iguales.

-Acertó usted, señora. Puede usted llevarse a su hijo, que ya sabe más magia que yo.

Periquín al marcharse con su madre, se llevó consigo el mejor libro de magia que tenía el maestro. Y cuando Periquín se vio en su casa, dijo:

-Madre con mi magia haré el bien y ya no habrá más miserias, ni pobres en el mundo, y me convertiré en seres fantásticos y animales preciosos llenos de colores, y le contaré mil cuentos a todos los niños, y volaré por todos los lugares conociendolos y aprendiendo de su cultura. Gracias madre, por darme unos estudios, y hacerme un hombre de provecho.

La madre estaba conmovida por sus palabras y solo hacia llorar y llorar, no podía evitar que por sus ojos brotaran tantas lágrimas, pero se asombró que al caer al suelo éstas se convirtieran en flores, y supo que era obra de su hijo, y por esto no podía parar de llorar.

-Madre, antes de irme por esos Lugares, te dejaré acomodada en una buena casa, con vistas y una buena chimenea que te caliente, y con una buena compañía. Sé que le hubiera gustado tener más hijos, y que uno fuera una niña a la que pudiera mimar y hacerle preciosos vestidos, peinar, y charlar.

Y viajó a Londres, a París a New York, Italia, y Asia. Y en Asia al igual que en los demás lugares, tenían su zona turística, y su zona o barrios con las miserias que nos acompañan diariamente en nuestras vidas.

En Asia, encontró un orfanato, y en él una niña, una niña que al igual que los otros niños, se le quedaban mirando, con grandes ojos rasgados, cuando contaba sus fantásticos cuentos, y los ilustraba, con hermosos dibujos llenos de luz y de color. Y Periquín, se quería llevar a todos los niños, y hacer una casa preciosa para ellos, y vio que podía, que gracias a su magia, les podía dar el hogar deseado, con maestros buenos, llenos de sabiduría y bondad, y padres y familias amorosas y responsables, sabiéndolos llenar de amor, es todo lo que quería Periquín, un mundo justo e igual para todos.

Y le preguntó a esa niña de grandes ojos, si quería acompañarla, al hogar de su madre, que vivía sola, y aunque anciana era muy sabia, y amorosa, y tambien sabía contar cuentos, pues es la que le enseño a él. La niña, dándole un beso en la mejilla, le respondió que sí, que encantada, que sería su abuela, y Periquín se rió, llenándosele los ojos de lágrimas, y vio que al caer al suelo se convertían en flores y llenó el colegio de flores y árboles, para que los niños treparan por ellos y jugaran, y vio que cuando se alejaba, con la niña de la mano, las copas de los árboles se llenaron de niños, saludando con la mano.

Para que se hiciera más ameno y agradable la vuelta a casa de su madre, se convirtió en un pájaro espectacular, lleno de vivos colores, y subido en él la niña, que no paraba de sonreír, y alzar los brazos a modo de alas, y al final del camino, convirtió a la niña en una paloma blanca entrando por la ventana, en el hogar de la madre, y Periquín se la presentó.

- Madre, ésta es Rosa, y quiere quedarse aquí contigo, la madre la vio, le sonrió, y lloró abrazándola, y la habitación se llenó de flores.

Xela

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