jueves, 7 de mayo de 2009

Pepillo y la marioneta equilibrista

Era se una vez un circo, donde vivía nuestro protagonista, Pepillo. Él era muy feliz subido a su alambre y en el circo había encontrado su autentica familia que lo aceptaba como era, sin exigirle más que lo que se exigía él a sí mismo todos los días.
Viajaban de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, capitales de provincias, estaban en cada feria aquí y allá. Pepillo desde su alambre lo veía todo con ilusión. Había aceptado su vida tal como se la habían dado, le había costado mucho tiempo comprender que esa era su vida y también la perdida de su compañero de alambre, ahora se conducía solo en él. No admitía que nadie le sustituyera. No podía bajarse del alambre, había nacido en él, lo sentía cosido a sus pies, siempre moviéndose hacia adelante, hacia atrás, a la derecha a la izquierda, manteniendo el equilibrio y se sentía muy solo a veces, casi siempre, casi todos los días y sobre todo desde que su compañero le faltó, que era su gran apoyo y consuelo, con él se había divertido y vivido innumerables aventuras por todo el mundo. El alambre, era su jandicad y su orgullo a la vez, porque también se sentía más fuerte a su vez. Comía, dormía vivía en el alambre. Pepillo comprendía los sacrificios que hacían por él, y los esfuerzos al saludarle y sonreírle, pero sentía que nadie podía sustituirlo.
Un día llegaron a un pueblo muy bonito y él se preparó, hizo sus ejercicios, ensayó y estaba contento y nervioso al mismo tiempo y realizó por fin su trabajo, pero ese publico era exigente y le pedía más y él arriesgó más y más y quitó la red y se subió a una silla sobre el alambre y luego sobre la silla con dos patas sobre el alambre y la gente por fin arrancó en aplausos cortándoseles la respiración y él fue de nuevo feliz ese instante, porque ese era su medio de vida, su casa y hogar y lo que ellos veían extraordinario, para él era a la vez costoso y sacrificado, pero en definitiva un sueño, su sueño y por él daría la vida.
Intentaba tener una rutina diaria, algo que le mitigara la soledad y el dolor y el vértigo a la altura, el desequilibrio constante, el vaivén de su cuerpo no acostumbrándose nunca a estar siempre en el alambre.
Se iba haciendo mayor y cada vez le dolía más su cuerpo y su alma, sobretodo le pesaba, la soledad del alambre. Dejó que alguien subiera con él, Pero no fue como esperaba. Un día oyó hablar de un equilibrista en el norte, que hacía prodigios y que se arriesgaba como ninguno y que además declamaba y escribía. Pepillo de repente se sintió el ser más insignificante sobre la tierra.
Todo le salía mal, sentía un ahogo en el pecho y ganas de llorar, porque sintió que él había estado ahí esperándole, pero que no era para él, que lo había perdido para siempre, si es que algún día lo tubo. Y lloró por su equilibrista poeta. Y desde entonces escribe, escribe y escribe y cuenta cuentos desde su alambre, con la marioneta equilibrista, su compañera y amiga imaginando lo que hubiera sido estar con él.

Xela

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